domingo, 8 de marzo de 2009

LO GOMINA

Hoy vemos la imagen engominada de Gardel y la fechamos en su epoca.La moda de la gomina no tenia entonces muchos años: se había impuesto en Argentina y Uruguay después de la Primera Guerra Mundial, no se sabe si como antídoto contra el viento de la derrota lejana o la evidencia de la tragedia, o como marca autóctona para diferenciarse de la masa inmigrante. Pese a lo que podría creerse, y aún hay quien lo cree, la gomina no mantenía las ideas en su sitio-hubo muchos "loquitos" engominados-, ni era patrimonio de cabezas huecas o artistas de la "bohemia". Tampoco daba a la voz cualidades de zorzal. Hoy vista, tiene una imagen ambigua, aveces asociada a posiciones políticas de extremos irracionales. Pero algún ejemplo desmiente toda clasificación. Por ejemplo, el muy académico-además de sentimental-poeta Homero Manzi, la gastó hasta el final de sus días. Sobre las cualidades del producto se tejieron leyendas que fueron cayendo a medida que aparecían otras. Un cajetilla de los años veinte, de apellido vasco de nueva alcurnia, mantenía que la sustancia contribuía al equilibrio del jinete sobre el caballo, en la lid del polo. Algún general de triste recuerdo fraguo su supuesta hombría en la goma tragacanto de Persia-elemento básico del producto-dominando así cada rebeldía antirreglamentaria que pudiera cometer su pelambre. Hasta entrados los años cincuenta, la gomina era ineludible en los varones desde tierna infancia. Como era impensable en las damas. La peluquería era el ámbito de lanzamiento del producto. Diferentes marcas competían por ganarse los favores del profesional de las tijeras y la navaja, en cuyo local-junto al inefable retrato ornamentado de Gardel-no faltaba el anuncio de la marca mas avispada-. Nos vendía la promesa de un aspecto mas elegante-si cabía- a partir de un frasco con una sustancia densa y de color irrepetible.
Agregamos a este articulo, una anécdota, cuya versión fue corroborada por Francisco Canaro y Cátulo Castillo. En Barcelona Carlos Gardel se hacia lustrar los zapatos siempre por el mismo muchacho. Una tarde, bajo el bronceador sol de la Hispania, Gardel chifló despreocupadamente el comienzo de Silbando (de Sebastian Piana, Cátulo Castillo y Jose Gonzalez Castillo) con la misma melodía que se aprecia en las dos grabaciones que dejara. El lustrabotas quedo extasiado.
-¡ Qué bien silba, señorito don Carlos!
-Ma´qué silbo....Es un pito, pibe...
El muchacho aprovecho la confianza que le regalaba Gardel para preguntarle:
-Díganme usted...perdone la curiosidad...¿Que se coloca en el cabello, para tenerlo así de reluciente y bien peinado?
El Zorzal se juzgó humorista y le contestó:
-No se lo digas a nadie...¡Dulce de membrillo! Probálo, es un fenómeno
¿Jalea, dirá usted?
-Eso es. Jalea. Pero tiene que ser de la buena.
A la tarde siguiente volvió Gardel por la parada del lustrabotas. Tenia el pelo que parecía un casco morocho, a lo Louise Brooks.
¿Viste pibe, que bien te queda?¡Parece que me hiciste caso!
-Si señorito, es verdad...Pero debe de haber algún misterio, porque a usted las moscas no le hacen nada, y en cambio a mí...Vea...¡No me dejan vivir!

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